BUSCAR EN LUGAR EQUIVOCADO
Un vecino encontró a Nasruddin cuando éste andaba buscando algo de rodillas. «¿Qué andas buscando, Mullab?». «Mi llave. La he perdido». Y arrodillados los dos, se pusieron a buscar la llave perdida. Al cabo de un rato dijo el vecino: «¿Dónde la perdiste?». «En casa».
«¡Santo Dios! Y entonces, ¿por qué la buscas aquí?». «Porque aquí hay más luz».
¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu corazón?
FABRICANTES DE ETIQUETAS
La vida es como una botella de buen vino. Algunos se contentan con leer la etiqueta. Otros prefieren probar su contenido. En cierta ocasión mostró Buda una flor a sus discípulos y les pidió que dijeran algo acerca de ella. Ellos estuvieron un rato contemplándola en silencio. Uno pronunció una conferencia filosófica sobre la flor. Otro creó un poema. Otro ideó una parábola. Todos tratando de quedar por encima de los demás. ¡Fabricantes de etiquetas! Mahakashyap miró la flor, sonrió y no dijo nada. Sólo él la había visto.
¡Si tan sólo pudiera probar un pájaro, una flor, un árbol, un rostro humano... ! Pero ¡ay! ¡No tengo tiempo! Estoy demasiado ocupado en aprender a descifrar etiquetas y en producir las mías propias. Pero ni siquiera una vez he sido capaz de embriagarme con el vino.
TOMÁS DE AQUINO DEJA DE ESCRIBIR
Cuentan las crónicas que Tomás de Aquino, uno de los teólogos más portentosos de la historia, hacia el final de su vida dejó de pronto de escribir. Cuando su secretario se le quejaba de que su obra estaba sin concluir, Tomás le replicó: «Hermano Reginaldo, hace unos meses, celebrando la liturgia, experimenté algo de lo Divino. Aquel día perdí todas las ganas que tenía de escribir. En realidad, todo lo que he escrito acerca de Dios me parece ahora como si no fuera más que paja». ¿Cómo puede ser de otra manera cuando el intelectual se hace místico? Cuando el místico bajó de la montaña se le acercó. el ateo, el cual le dijo con aire sarcástico: «¿Qué nos has traído del jardín de las delicias en el que has estado?». Y el místico 'le respondió: «En realidad tuve intención de llenar mi faldón de flores para, a mi regreso, regalar algunas de ellas a mis amigos. Pero estando allí, de tal forma me embriagó la fragancia del jardín que hasta me olvidé del faldón».
Los Maestros de Zen lo expresan más concisamente: «El que sabe no habla. El que habla no sabe».
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