DESARROLLEN SU VISIÓN

Deben ver a la naturaleza llena de Dios, formada por Dios, como Dios en esas formas, olores y sonidos. Vemos la imagen en el espejo porque los rayos de luz son reflejados por la superficie del espejo. Ustedes son el reflejo de los rayos de Dios en el espejo que es la naturaleza. Si ese espejo no estuviera allí, el individuo no existiría como entidad separada. Quiten el espejo y entonces “ustedes” se fusionarán en “Él”, y se quedarán allí como “nosotros”. Es la naturaleza la que induce la creencia de que son el cuerpo; sienten que ustedes también son nombre y forma como la naturaleza. Esta identificación ha llevado a un grado desorbitado de atención al cuerpo y en consecuencia, a la preocupación y la miseria. El principio de que el alimento es sólo una medicina para curar el hambre es ignorado y el hombre es esclavizado por la lengua. Todas las veinticuatro horas se gastan en el cuidado del cuerpo, en la prevención de la enfermedad, la promoción de la salud, el desarrollo de los músculos, etc., pero no se da ningún cuidado al morador del cuerpo, al Dios que reside en este tabernáculo físico y a quien se debe reconocer y reverenciar. La báscula sobre la cual están parados leyendo su peso con orgullo se ríe de ustedes por su tonta alegría. Se mofa de su orgullo por las victorias físicas, les advierte contra la preocupación excesiva por ganancias fútiles. Sabe que la muerte está al acecho para llevárselos, no importa lo pesados que se puedan poner. Desarrollen su visión, no su cuerpo. Concéntrense en el Hacedor, no en lo “hecho”.

Bhagavan Sri Sathya Sai Baba

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jueves, 9 de septiembre de 2010

CUENTOS CORTOS II

COME TÚ MISMO LA FRUTA

En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?».

Nadie puede descubrir tu propio significado en tu lugar. Ni si quiera el Maestro.

LOS EXPERTOS

Un cuento Sufí: Un hombre a quien se consideraba muerto fue llevado por sus amigos para ser enterrado. Cuando el féretro estaba a punto de ser introducido en la tumba, el hombre revivió inopinadamente y comenzó a golpear la tapa del féretro. Abrieron el féretro y el hombre se incorporó. «¿Qué estáis haciendo»?, dijo a los sorprendidos asistentes. «Estoy vivo. No he muerto». Sus palabras fueron acogidas con asombrado silencio. Al fin, uno de los deudos acertó a hablar: «Amigo, tanto los médicos como los sacerdotes han certificado que habías muerto. Y ¿cómo van a haberse equivocado los expertos?». Así pues, volvieron a atornillar la tapa del féretro y lo enterraron debidamente.

NOSOTROS SOMOS TRES, TÚ ERES TRES

Cuando el barco del obispo se detuvo durante un día en una isla remota, decidió emplear la jornada del modo más provechoso posible. Deambulaba por la playa cuando se encontró con tres pescadores que estaban reparando sus redes y que, en su elemental inglés, le explicaron cómo habían sido evangelizados siglos atrás por los misioneros. «Nosotros ser cristianos», le dijeron, señalándose orgullosamente a sí mismos. El obispo quedó impresionado. Al preguntarles si conocían la Oración del Señor, le respondieron que jamás la habían oído. El obispo sintió una auténtica conmoción. ¿Cómo podían llamarse cristianos si no sabían algo tan elemental como el Padrenuestro? «Entonces, ¿qué decís cuando rezáis?» «Nosotros levantar los ojos al cielo. Nosotros decir: 'Nosotros somos tres, Tú eres tres, ten piedad de nosotros'». Al obispo le horrorizó el carácter primitivo y hasta herético de su oración. De manera que empleó el resto del día en enseñarles el Padrenuestro. Los pescadores tardaban en aprender, pero pusieron todo su empeño y, antes de que el obispo zarpara al día siguiente, tuvo la satisfacción de oír de sus labios toda la oración sin un solo fallo. Meses más tarde el barco del obispo acertó a pasar por aquellas islas y, mientras el obispo paseaba por la cubierta rezando sus oraciones vespertinas, recordó con agrado que en aquella isla remota había tres hombres que, gracias a pacientes esfuerzos, podían ahora rezar como era debido. Mientras pensaba esto, sucedió que levantó los ojos y divisó un punto de luz hacia el este. La luz se acercaba al barco y, 'para su asombro, vio tres figuras que caminaban hacia él sobre el agua. El capitán detuvo el barco y todos los marineros se asomaron por la borda a observar aquel asombroso espectáculo. Cuando se hallaban a una distancia desde donde podían hablar, el obispo reconoció a sus tres amigos, los pescadores. «¡Obispo!», exclamaron, «nosotros alegrarnos de verte. Nosotros oír tu barco pasar cerca de la isla y correr a verte». «¿Qué deseáis?»?, les preguntó el obispo con cierto recelo. «Obispo», le dijeron, «nosotros tristes. Nosotros olvidar bonita oración. Nosotros decir: 'Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino...'. Después olvidar. Por favor, decirnos otra vez toda la oración». El obispo se sintió humillado. «Volved a vuestras casas, mis buenos amigos», les dijo, «y cuando recéis, decid: 'Nosotros somos tres, tú eres tres, ten piedad de nosotros'».

A veces he visto a mujeres ancianas rezar interminables rosarios en la iglesia. ¿Cómo va a glorificar a Dios ese incoherente palabreo? Pero siempre que me he fijado en sus ojos o en sus rostros alzados al cielo, he sabido en el fondo que ellas están más cerca de Dios que muchos hombres doctos.

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